Un laboratorio en el mar polar por Antonio Cerrillo

El buque Fram llega a Ny-Alesund, un antiguo enclave minero reconvertido en un gran centro de investigación científica sobre el clima situado en un escenario propio de un poblado de colonos, con casas alpinas de madera de colores (azul, rojo, teja) entre montañas nevadas y glaciares, junto a un entrante de mar (Kongsfjorden) a unos 1.000 km del polo Norte.

Ny-Alesund acoge las estaciones científicas sobre ciencias naturales y cambio climático de una decena de países. Sin embargo, sorprende que el interior de sus casas sean meros barracones que acogen los laboratorios y el alojamiento de jóvenes científicos, que se pasean con ordenadores portátiles, trajes de buzo y ropa de montañeros por una única calle central del poblado (sin asfaltar) abierta entre la tundra deshelada.

Ny-Alesund respira el aire de las gestas de los primeros exploradores del polo Norte. Aquí, todos los honores son para Roald Amundsen, quien, además de ser el primer hombre que puso la bandera en el polo Sur, también está considerado el primero que atravesó el polo Norte en un vuelo. Amundsen (junto al ingeniero italiano Nobile) efectuó un vuelo con éxito a bordo del dirigible Norge en un viaje que partió desde Ny-Alesund el 11 de mayo de 1926 y concluyó en Teller (Alaska) el 14 de mayo. La historia de Ny-Alesund se tornaría trágica, pues dos años después (el 18 de junio de 1928), Amundsen desapareció en un hidroplano cerca de la isla Bjornova cuando acudía a una operación internacional de rescate de los tripulantes del dirigible Italia (capitaneado precisamente por Nobile), que había intentado repetir la gesta y se estrelló al nordeste de las Svalbard.

Hoy, una joven y cosmopolita comunidad científica afronta en Ny-Alesund nuevos retos.

Una de las investigaciones que se llevan a cabo, por ejemplo, intenta cuantificar la acidez creciente de los océanos, debido a las emisiones de dióxido de carbono que se registran en la atmósfera. Si siguen los actuales ritmos de emisión de CO2 a la atmósfera, no sólo aumentará más la temperatura, sino que se intensificarán los niveles de acidez en el mar. La absorción del CO2 en el mar es positiva para mitigar el calentamiento, pero sus concentraciones son tan altas que pueden dañar la vida marina. Se teme que en el futuro los moluscos no puedan fabricar su caparazón ni los corales su esqueleto, que acoge una rica biodiversidad y sirve de barrera protectora contra la erosión de la costa. Todos estos organismos podrían padecer el mismo efecto que tendría meter una perla en un vaso de vinagre.

Las investigaciones se llevan cabo en las aguas frías del Ártico porque estas absorben los gases más rápidamente que las aguas cálidas o templadas. "En las regiones polares, el océano se va a volver corrosivo más rápido", estima Jean-Pierre Gattuso, oceanógrafo del Centro de Investigación Científica francés (CNRS) y coordinador del proyecto Epoca (iniciativa de la UE en la que participan 100 investigadores de 27 instituciones y 20 países). Los experimentos consisten en sumergir en el fiordo unos grandes tubos de ensayo (mesocosmos) con diversas especies marinas y en donde se inyecta CO2 para simular el aumento de la acidez y ver las reacciones.

"Ya se han hecho varias experiencias preliminares que parecen mostrar que ciertos organismos marinos con elementos calcáreos, como ostras, mejillones o pequeños caracoles, como los pterópodos, importantes en la cadena alimentaria del océano Ártico, se vuelven muy frágiles y tienen dificultades para producir su caparazón calcáreo cuando reciben una gran cantidad de CO2", dice Gattuso. Preocupa especialmente el impacto sobre los pterópodos porque estos pequeños caracolillos son esenciales para la cadena alimentaria y están teniendo dificultades para formar su concha. "Los pterópodos son unos animales importantes para las ballenas y para los peces. Además, los salmones, en ciertos periodos, se alimentan en un 95% de pterópodos.

Si los pterópodos desaparecen, ¿qué va a pasar con los siguientes eslabones de la cadena alimentaria? ¿Podrán utilizar otras presas?", se interroga Gattuso antes de subirse a la zodiac que le llevará hasta la instalación marina. En el año 2100, si seguimos a este ritmo, los océanos tendrán un nivel de acidez que no habrán alcanzado en los últimos 20 millones de años.

Los estudios sobre el cambio climático abarcan, sin embargo, numerosas otras disciplinas en Ny-Alesund. "Uno de los estudios que estamos haciendo debe servirnos para comprobar la cantidad de partículas de carbón negro procedentes de la contaminación generada en Asia y Europa. Estas partículas negras se depositan en la parte superficial de la nieve en el Árticoy hacen disminuir la radiación solar que sale reflejada (albedo)", dice Alessandro Conidi, investigador de la estación científica italiana. De hecho, la nieve y el hielo reflejan la radiación solar, que sale rebotada, con lo cual se mitiga el calentamiento, mientras que las aguas marinas, los suelos oscuros (tundra) y las partículas negras sobre el hielo absorben la radiación solar, lo cual intensifica el calentamiento y los deshielos en una espiral que alimenta el retroceso de los hielos árticos. El incremento de la contaminación por las partículas negras, que incluso llegan hasta aquí, podría contribuir a acelerar los deshielos.

Vidas sobre hielos frágiles

La caza del oso en las Svalbard está prohibida, pero en Canadá y Groenlandia se autoriza. Las morsas han tomado el relevo a las aves, y ahora hacen de escolta del buque Fram en una ruta entre balsas de nieve flotante cuando navegamos en dirección a la isla Prins Karls Forland, al oeste de la isla de Spitsbergen. El capitán ha parado el buque para poder contemplar una gran morsa extendida sobre una placa de hielo que mece al animal dormido e inmutable en su descanso obsesivo sobre una base de apariencia frágil.

Más adelante, en la playa de Poolepynten, ya en la isla Prins Karls Forland, una veintena de morsas de una colonia muy compacta duermen también ajenas a la presencia de los visitantes que las contemplan, en silencio y agachados, a unos 30 metros. Sorprende el aspecto sociable de estos animales de movimientos torpes en tierra y tan gregarios que necesitan dormir en estrecho contacto físico, pegados unos con otros, casi amontonados. Su sueño infinito se debe al último atracón. "Comen cada día entre 60 y 70 kilos de mejillones, almejas y otros crustáceos para mantener un cuerpo que pesa hasta unos 1.000 kilos en el caso de los machos", nos recuerda nuestro guía.

Las poblaciones de morsas gozan de buena salud. Lo vemos. Sin embargo, no puede decirse lo mismo de los osos polares, que no se dejan ver. La mayoría de ellos se mueve en el círculo polar Ártico en grandes balsas de hielo flotante a la deriva, en busca de pareja, a la caza de focas o engordando para soportar el largo invierno. "El problema es que buena parte del hábitat de los osos polares está desapareciendo a causa del calentamiento", nos dice Dag Vongraven, biólogo del grupo de expertos en osos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

"El calentamiento climático conduce a una reducción del hielo marino, que es el hábitat principal de los osos polares y del que dependen para poder recorrer las zonas y para la alimentación, la reproducción y la construcción de sus guaridas", explica Dag Vongraven.

El hielo se está derritiendo hasta tres semanas antes en verano, y este repliegue anticipado impide a los osos el acceso al mar, con lo que se ven forzados a recortar la temporada de caza sin saciar su apetito carnívoro. Así, se retiran a tierra firme sin completar las reservas de grasa que pierden en verano y otoño (lo que afecta la capacidad de las hembras para quedar preñadas y producir leche para alimentar a sus crías). La caza, dice Vongraven, era la principal amenaza para su supervivencia en los años 60. En las Spitsbergen, por ejemplo, se llegaron a matar de media 300 animales al año. Estuvieron a punto de su extinción. Pero ahora el calentamiento es el otro gran peligro. En toda la región ártica (Alaska/EE.UU., Canadá, Groenlandia/ Dinamarca, Noruega y Rusia) hay 19 áreas o subgrupos de osos; pero en sólo en una de ellas se da una mejora de sus poblaciones, en tres permanece estable y en ocho se aprecia un declive demográfico. En los siete subgrupos no hay datos fiables para hacer una valoración. Se calcula que quedan de 20.000 a 25.000 ejemplares, según la UICN.

El acuerdo internacional de 1973 para la conservación del oso polar ha ayudado mucho. La UICN ha catalogado la especie como vulnerable en función de una significativa pérdida de hielo marino; las poblaciones podrían reducirse más de un 30 por ciento en los próximos 45 años. Sin embargo, la caza todavía es "un problema en algunas poblaciones del Ártico, especialmente en Canadá y en Groenlandia", donde las administraciones dan autorizaciones a los aborígenes para la caza de subsistencia. Así, en los días de nuestro viaje se desató una fuerte polémica. El territorio canadiense autónomo de Nunavut (entre Canadá y Groenlandia), hogar de los inuit, sostenía que las poblaciones de oso aumentan y que el animal "se adaptará a los cambios y las duras condiciones climáticas". En cambio, la UICN replica que es un animal muy especializado y es improbable una adaptación a cambios tan rápidos.

En las Svalbard (y en el mar de Barents noruego), el oso polar fue protegido en 1973, y desde entonces no se caza. "Los osos en las Svalbard sólo se pueden matar en defensa propia", precisa Vongraven. Y cualquier salida requiere ir armado con rifle. Se estima que hay unos 3.000 (sobre todo, en la costa este de Spitsbergen, y en las islas de Kongs Karls Landet, Edgeova y Barentsoya).

En Rusia, los osos están protegidos desde 1956, pero sigue habiendo un alto nivel de capturas ilegales. "Por eso, podemos decir que las islas Svalbard son el único lugar del Ártico donde se puede afirmar que realmente las subpoblaciones de osos polares no están siendo cazadas", opina Dag Vongraven.

Cristina Cid, una bióloga española que viaja en el buque, ha logrado fotografiar las huellas del oso y otros viajeros han avistado a tres muy lejos con prismáticos. Ese es el botín. Pero en todo el viaje, echamos de menos a este animal solitario y nómada; aunque su recuerdo reaparece al aparecer las confiadas morsas. Centenares de ellas vuelven a ser vistas en tierra en la isla de Moffen, por encima de los 80 grados de latitud (a 1.000 km del polo Norte). Exhiben sus afilados colmillos, que les sirven como muletas para anclarse al hielo. Y, seguramente, para medir su grosor menguante.

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