Eólica y las falsas enfermedades

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Hasta 49 demandas han sido desestimadas desde el año 2000 en todo el mundo contra los efectos en la salud de los aerogeneradores y las instalaciones eólicas.

El síndrome de la turbina eólica no existe nada más que en la cabeza de algunos detractores de este formato limpio de extracción de energías renovables.

Cuando oí por primera vez la existencia de esta supuesta enfermedad no salía de mi asombro. Una de las tecnologías más limpias, antiguas, sencillas y ecológicas suscitaba el recelo enfermizo de los vecinos afectados por su instalación. Recordemos, un molino de viento no es más que un motor eléctrico invertido que se convierte en generador o dinamo.

Si coges un motor de juguete de esos de tres voltios, le colocas una hélice en su eje y le das vueltas con el dedo o soplas muy fuerte; al conectar una bombilla a los polos del motor verás como luce con una intensidad proporcional a la velocidad de tus dedos o fuerza del viento. Se está transformando la energía eólica (mecánica) en eléctrica.

Esto se aprende en pretecnología del colegio. No hay emisiones ni radiaciones electromagnéticas distintas a las que recorren las bobinas del generador. El resto de sistemas asociados al sistema principal tratan de canalizar esa energía o disipar el calor generado por el tamaño del generador. Esta tecnología se conoce desde finales del siglo XIX.

El motor eléctrico invertido, generador o dinamo lo desarrolló Werner von Siemens en 1866 aplicando la vieja teoría de Faraday de 1821. El principio de la conversión de la energía eléctrica en energía mecánica por medios electromagnéticos.

Pues bien, desde que la alternativa eólica se convirtió en una amenaza para la generación por combustible fósil hay diversos colectivos que han sacado pegas para su implantación. Si te ponen un crematorio o una comisaría al lado de tu casa, te defiendes como sea para evitarlo. Es lo que se llama la respuesta incívica del ciudadano egoísta o el efecto NIMBY “Not In My Back Yard” (no en mi patio trasero).

Existe una preocupación lógica ante el impacto paisajístico de las instalaciones eólicas o ante la amenaza para ciertas aves. Pero se ha cuidado y mejorado mucho la normativa de las granjas minimizando riesgos e impactos. Por ejemplo estudiando las rutas migratorias de las grandes aves o con sistemas para ahuyentarlas. 400 aves mueren al año en España por culpa de las palas de los aerogeneradores. Hasta cinco millones lo hacen víctimas de la caza ilegal. Saquen sus propias conclusiones.

En cualquier caso, en una competencia a efectos secundarios con otro tipo de métodos de generación la energía eólica sale de las mejores paradas con diferencia. Pero había que buscar (o inventar) un problema específico para poder demonizar la tecnología

Según los defensores del ‘Síndrome de turbina eólica’ todos los males de los molinos vienen provocados por el ruido de las gigantescas palas al cortar el viento. Al ser piezas muy grandes provocan unas vibraciones de muy baja frecuencia ‘que atraviesan grandes obstáculos y distancias y te remueven los órganos internos’, según sus propias declaraciones. También (siempre según ellos) el infrasonido de las palas impacta directamente sobre el sistema vestibular provocando vértigos, mareos, pérdida de sueño, concentración y hasta de memoria. Dos médicos rurales, (Reino Unido y Australia), se encargaron de difundir hace 15 años en periódicos, (nunca en revistas técnicas) que las turbinas eólicas eran responsables de muchos casos de cáncer de pulmón y de piel, diabetes, esclerosis múltiple y accidente cerebrovascular. Todo ello en un radio de 10 kilómetros alrededor de cualquier molino.

El nombre fue acuñado por Nina Pierpont, un pediatra de la Universidad John Hopkins de Maryland, Estados Unidos, cuyo marido es un activista anti-viento y gran crítico de la industria eólica. En 2009 publicaría «Síndrome de la turbina de viento» contando los síntomas de personas que vivían en el entorno de alguno de estos gigantes.

Pero su investigación también ha sido criticada por no tener una revisión por pares adecuada y por su errónea metodología. No hubo grupo control ni revisiones médicas de los supuestos pacientes. Solo entrevistas telefónicas. Pero la acusación siguió ganando adeptos para la causa conspiratoria.

Hay miles de sistemas industriales modernos que producen más contaminación acústica que un parque eólico pero nada como el miedo, la desinformación o el estupor irracional ante la innovación del que no entiende el desarrollo científico ni las nuevas tecnologías y se agarra a la ignorancia o a la farfullería pseudocientífica de otros para conservar su ‘status quo’ o las vistas intactas desde su terraza o jardín. Volvemos al efecto NIMBY.

Más de 49 demandas de distintas asociaciones han sido desestimadas en EE.UU., Canadá, Nueva Zelanda, Australia y el Reino Unido al no existir evidencias contrastadas del efecto nocivo del movimiento de las palas de poliéster sobre la salud. Como en cualquier sistema moderno de reciente implantación uno de los argumentos tramposos utilizado por sus detractores es que tampoco hay estudios que digan lo contrario.

En este caso ya no es cierto. El departamento de protección ambiental de Massachusetts realizó el primer metaestudio serio a principios de 2012. Una recopilación de informes, declaraciones y estadísticas hasta la fecha. Las conclusiones resumidas en el siguiente cuadro.

 

Tabla síndrome turbinas de viento

 

Más allá de que el ruido es subjetivamente molesto venga de donde venga la explicación a este fenómeno psicógeno se puede encontrar en el llamado efecto nocebo. El convencimiento de que un sistema objetivamente benigno provoca mal en tu organismo puede llegar a desarrollar y somatizar males físicos reales aunque no exista relación causal alguna con dicho sistema; del mismo modo que el efecto placebo puede mejorar tu estado físico mediante mecanismos psicológicos sin que exista principio activo alguno en su composición.

El científico australiano y profesor de la Universidad de Sydney, Simone Champman fue un poco más allá. Se dedicó a recopilar información de casos repartidos por todo el mundo observando que no había un patrón de relación entre número de instalaciones y denuncias, como sugeriría una relación de causa efecto epidemiológica.

En los grandes parques eólicos comunales de Alemania, Dinamarca o España apenas había algún caso reportado. Encontró más bien una relación de testimonios de supuestos enfermos con la presencia de asociaciones anti-viento y organizaciones con intereses socioeconómicos contrapuestos, como la fundación australiana Waubra, un lobby negacionista que defiende el síndrome sin rigor científico y con vínculos estrechos con los intereses de combustible y minería fósiles.

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