Redes inteligentes para las ciudades

Imagine un momento: un sensor –de los muchos que habrá en las ciudades– detecta humo e inmediatamente las cámaras cercanas enfocan el punto de la incidencia y envían la información a un centro de datos. Allí, en función de la gravedad de la situación, se conecta con el coche de bomberos o de policía más cercano y se acompasan los semáforos para que este llegue lo antes posible.

¿El futuro? En esto trabajan hoy las grandes empresas tecnológicas del mundo; de esto debaten arquitectos, urbanistas, ingenieros…, y esto estudian los ayuntamientos de algunas de las grandes ciudades del planeta. Es sólo un pequeñísimo ejemplo de cómo pueden funcionar las smart cities, una nueva formulación sobre el futuro de las urbes, y de cómo las habitan sus ciudadanos aprovechando al máximo las nuevas tecnologías.

La creación de ciudades inteligentes es un debate en boga que va más allá del concepto de ciudad sostenible o verde. Un debate sobre cómo reformular el desarrollo urbano en las urbes de larga historia, y una realidad en algunos puntos: en Emiratos Árabes, Corea del Sur, China o Singapur se construyen nuevas ciudades ciento por ciento inteligentes (véase la información adjunta).

Para enmarcar el porqué del creciente interés que suscita este tema hay que partir de dos realidades inapelables. Los informes de la ONU avisan del éxodo de la población rural hacia las ciudades en los próximos años en los países emergentes –en el año 2050, se estima que el 75% del total de la población estará instalado en áreas urbanas–. Mientras, en los países desarrollados ya se ha llegado a la convicción de que el actual modelo de crecimiento y de funcionamiento de las ciudades, especialmente en un contexto de larga crisis, es insostenible en todos los sentidos.

"El debate sobre las smart cities –señala Pilar Conesa, directora de la consultora Anteverti– parte de una necesidad y de la evidencia de que, si no se hace nada, la calidad de vida será insostenible. Los recursos y el espacio son finitos, la energía se malgasta y, desde el punto de vista económico, no nos lo podemos pagar". Por ciudad inteligente –en un primer acercamiento tecnológico– se entiende aquella que utiliza o utilizará las nuevas tecnologías para conectar en un sistema homogéneo la gestión de los servicios de transporte, sanidad, seguridad, energía, residuos y educación para optimizarlos al máximo y reducir drásticamente los costes.

Pero el objetivo va más allá. Jordi Botifoll, vicepresidente europeo de la empresa tecnológica Cisco y responsable del desarrollo de proyectos de smart cities en el sur de Europa, explica que esta conexión de servicios, que permite optimizarlos, desemboca en una ciudad sostenible desde el punto de vista económico, medioambiental y social. En el ámbito económico, Botifoll subraya que, además del ahorro en el consumo, el aprovechamiento de las nuevas tecnologías es la única forma que tienen países como España, Portugal o Italia de superar la distancia que los separa de otras zonas de Europa. Siguiendo con esta argumentación, una smart city –en este debate aún más conceptual que real– facilitaría la vida a las empresas, impulsaría su internacionalización y atraería capital económico y humano.

En el plano social y ante el evidente encogimiento del sector público, la utilización de las nuevas tecnologías permitiría, por ejemplo, generalizar las consultas, seguimiento e incluso chequeos médicos a través de la red o intercambiar información entre hospitales. En lo medioambiental, está claro que la tendencia apunta hacia la definición de ciudades más autosuficientes desde el punto de vista energético –edificios aislados y que consuman menos, azoteas verdes, energía fotovoltaica, paneles solares…–, una disminución del tráfico privado y su sustitución por vehículos no contaminantes.

Y así, hasta un largo etcétera de actuaciones que quedaría resumido en uno de los datos de la consultora McKinsey, que señala que, por ejemplo, cada dólar de PIB que genera Santiago de Chile necesita un 60% más de energía que la que se utiliza en Helsinki –una ciudad más sostenible–.

Hasta aquí todo parece perfecto, pero el concepto de smarts cities también suscita escepticismo. Manu Fernández, analista urbano en la consultora Naider, considera que es difícil que sean viables a corto plazo y destaca que la inteligencia no sólo la han de poner las máquinas, sino también las personas. Experto en desarrollo urbano, Fernández señala que este concepto es una reformulación empleada por las empresas tecnológicas de lo que hasta hace pocos años se definía como ciudad sostenible e indica que no hay que confundir lo que se entiende por sistemas inteligentes energéticos con el concepto global de ciudad. Poniendo un ejemplo, ¿tiene futuro reducir el impacto medioambiental si no hay una fiscalidad que lo premie?, señala.

Para abordar a fondo el debate, su realidad y evolución y sus interrogantes, la Fira de Barcelona acogerá a partir del 29 de noviembre a los grandes gurús mundiales en lo que será el primer congreso europeo que plantea un acercamiento global a esta materia. Con el hilo conductor de que son las ciudades, las densas urbes, las que mueven el mundo gracias a su capacidad de atraer a la gente creativa.

Porque la ciudad sabia debe incluir a los muchos ciudadanos que hoy ya toman la iniciativa para autoorganizarse. "No puede haber una urbe inteligente sin una sociedad inteligente", señala Pilar Conesa, y esto supone la participación activa de los ciudadanos, que interactúen con lo que pase. En Copenhague ya funciona un sistema incorporado a las bicicletas, al que se accede con un smartphone, con información sobre atascos, contaminación y estado de las calles.

Como siempre, la voluntad política será clave para determinar hasta qué punto las ciudades podrán ser inteligentes. Es necesario unificar criterios de gestión, cambiar la forma de contratación de los servicios, fomentar fiscalmente este camino y la forma de relación con los ciudadanos. Es cuestión de sabiduría.

Entrega de llaves en Asia

Hablar de smart cities en Europa implica repensar el modelo de las ciudades históricas con todas las dificultades que ello supone, pero en Asia están prácticamente en fase final de desarrollo varias urbes creadas ex novo y pensadas exclusivamente desde esta óptica. En Corea del Sur, se está creando la ciudad de negocios New Songdo, una urbe sostenible que crece gracias a una de las mayores inversiones privadas cerca del aeropuerto y que pretende convertirse en un gran centro económico internacional.

Masdar, en los Emiratos Árabes y situada cerca de Abu Dabi, será ciento por ciento ecológica e interconectada. Ha sido diseñada por el arquitecto Norman Foster y el objetivo es también el de atraer inversión con grandes ventajas fiscales. En China crece Dongtan. Más cerca, en la misma línea va el proyecto portugués de Paredes.

Amsterdam

El proyecto se centra en la eficiencia y sostenibilidad energética y participan instituciones, empresas, comercios y ciudadanos. Se promueve también que los ciudadanos renueven los sistema eléctricos privados y modifiquen sus hábitos.

Barcelona

El distrito 22@ es referente en lo que se refiere a la aplicación de la inteligencia urbana. Con edificios construidos pensando en el ahorro energético, es en sí un banco de pruebas. En la foto, luces que se encienden sólo al paso de la gente.

Málaga

Se inicia en la franja costera de la capital un proyecto para promover el uso eficiente de la energía –paneles fotovoltaicos, contadores inteligentes, energía eólica…– con el objetivo de ahorrar un 20% del consumo actual.

Paredes (Portugal)

En este caso, aplicando esta filosofía, se construye una nueva ciudad cerca de Oporto cuyo proyecto impulsa un ex alto directivo de Microsoft. Con una inversión de 10.000 millones, está previsto que albergue a unas 225.000 personas.

Los vehículos eléctricos con baterías de litio no emiten CO2 ni dañan el medio ambiente, siempre que la electricidad provenga de energías renovables, como la eólica, la energía solar fotovoltaica y la termosolar o solar termoeléctrica. Los aerogeneradores podrán suministrar la electricidad al vehículo eléctrico, que en un futuro servirán también para almacenar y regular la electricidad intermitente del sector eólico.

Cristina Sen, www.lavanguardia.com/