Productos diseñados para morir por Antonio Cerrillo

Los romanos construyeron puentes que, dos mil años después, siguen ahí. Y en la localidad de Livermore (California) funciona una bombilla que ilumina un cuartel de bomberos desde 1901. Sin embargo, en general, el engranaje industrial desarrolla equipos de electrónica de consumo, móviles y otros aparatos con una vida tan fugaz que ni deja rastro en nuestra memoria. Se hacen perecederos al poco de nacer. Diseñados para tener una vida corta, frecuentemente ni siquiera tienen una segunda oportunidad tras estropearse. Desaparecen los servicios de reparación (o es muy complicado acudir e ellos), lo que demuestra una concepción basada en la idea de usar y tirar. En la vida cotidiana, apenas se habla de reparar, reponer o reutilizar ante unas pautas que hacen que todo sea rápidamente viejo y fugaz. Pero acortar el ciclo de vida comporta un agotamiento de recursos naturales, derroche de energía y una producción de desechos imparable.

La caducidad planificada caracteriza nuestro modelo económico, y forma parte consustancial de él. Ha sido históricamente la palanca que ha activado la compra y el crédito. "La obsolescencia programada surgió a la vez que la producción en serie y la sociedad de consumo", sostiene Cosima Dannoritzer , directora del documental "Comprar, arrojar, comprar", producida por Mediapro en colaboración con otras seis televisiones. El problema es que ahora es una práctica sistemática que “está teniendo efectos ambientales terribles", sostiene.

Por eso, los productos tienen una historia marcada en origen. En Livermore (California) se preparan para festejar los 110 años de vida de su bombilla de gruesos filamentos. Pero esa bombilla, que ha sobrevivido a dos webcams, es una excepción. De hecho, la bombilla es tal vez el primer exponente del deliberado acortamiento de la vida de un producto de consumo. En 1924 se creó el cártel de “Phoebus”, integrado por diversas compañías eléctricas, con la finalidad de intercambiar patentes, controlar la producción y …reorientar el consumo. Se trataba de que los consumidores compraran bombilla con asiduidad. El resultado de esta actividad es que en pocos años la duración de las bombillas pasó de 2.500 horas a 1.500 horas, según el documental. El cartel incluso multaba a los fabricantes que se salían del camino. El asunto dio lugar en 1942 a una denuncia del gobierno de EE.UU. contra General Electric y sus socios pero, pese a la sentencia, las bombillas corrientes siguieron funcionando una media de 1.000 horas.

Coches, medias e iPods

Y en la misma dinámica entraron los coches o las media de nylon. La mitad de los vehículos del mundo en los años 20 eran el modelo T, de Henry Ford, fiables y duraderos pero sucios y ruidosos. Sin embargo, su competidor, General Motors, le arrebató el mercado con un nuevo Chevrolet que sólo incluía modificaciones espectaculares y formales.

La historia de esta obsolescencia anticipada llega hasta nuestros días. Una abogada de San Francisco denunció a Apple por juzgar que en los primeros modelos de iPod habían aplicado la obsolescencia antes de tiempo con baterías de poca duración. Y en España también los clientes que se quejan de la generación de las impresoras que dejan de funcionar una vez que lanzan un número determinado de rayos de tinta para limpiar los cabezales.

Los partidarios de esta estrategia afirman que son fuente de bienestar, mientras que sus críticos denuncian que de esta manera se hurta al consumidor de las ventajas de

nuevas aplicaciones tecnológicas, que siguen el ritmo y los vaivenes caprichosos de los intereses comerciales. La caducidad programada de los productos cimentó el desarrollo norteamericano y renovó una encorsetada cultura de consumo europea basada en la premisa de que la ropa o los artículos "eran para toda la vida"; incluso se heredaban.

En la cultura norteamericana

La muerte prematura de los productos fue un asunto popular. En la película “El hombre del traje blanco” (1951), de Alexander McKendrick, su protagonista da con la fórmula de un revolucionario tejido que ni se ensucia, ni se desgasta, lo cual lo hace irrompible. Tras la alegría inicial, su descubrimiento le lleva a ser perseguido por los propios empleados, temerosos de perder las ventas y perder sus puestos de trabajo. De la misma manera, la película "La muerte de un viajante" (1949), de Arthur Miller, recoge un impagable diálogo en el que el protagonista se queja de la nevera o el coche dejan de funcionar al poco de pagarlos a plazos.

Tipos de caducidad

Existe una obsolescencia técnica, relacionada con la duración de los materiales y componentes, pues su diseño define su vida. Muy frecuentemente, el coste de una reparación (y la mano de obra) es tan elevado que a final sale más a cuenta comprar un aparato de nueva factura. La creación de diversas gamas de productos que no interactúan con el viejo equipo ayuda a que quede obsoleto. "Normalmente, los productos se diseñan con un equilibrio para que todos sus componentes tengan una vida parecida. No sería lógico tener un elemento con una vida infinita, y muy costoso, y otros de vida muy corta. La estrategia sería que cuando un parte falla, fallen las demás", indica Carles Riba Romeva, director del Centre de Disseny d’Equips Industrials y profesor de la UPC. Por eso, ¿podrían diseñarse piezas especialmente frágiles de manera intencionada?. "Yo no digo que ninguna empresa no lo haga, pero es delicado. Si alguien lo hace deliberadamente, no sería correcto éticamente" agrega.

Algunas excepciones

¿Se crean aparatos eléctricos y electrónicos para que duren poco? "En general, no es así, aunque hay excepciones", opina Pere Fullana, director del grupo de investigación en gestión ambiental de la Escola Superior de Comerç Internacional de la UPF. Fullana relata el descubrimiento que hizo en una ocasión al revisar un juguete eléctrico de China que se estropeó al poco de ser regalado a su hijo por Reyes. Siguiendo el circuito eléctrico descubrió que el fusible que se había fundido estaba dentro de una cavidad de plástico, sellada e intencionadamente inaccesible.

La caducidad se impone además cuando las innovaciones tecnológicas se implantan sin que los productos tengan las mismas capacidades que los viejos. Por ejemplo, las empresas que estaban vendiendo vídeos mientras se desarrollaban los DVD pudieron estar participando de una obsolescencia planificada.

Práctica sistemática

La caducidad se hace sistemática cuando se altera los productos para hacer difícil su uso continuado. La falta de interoperatividad fuerza al usuario a comprar nuevos programas En el mundo del software hay dos variantes para obligar al usuario a comprar nuevas versiones. Una es perder la compatibilidad hacia atrás forzando la reconversión de todo lo antiguo para funcionar con lo nuevo. La segunda, menos agresiva, consiste perder la compatibilidad hacia adelante con novedades que no pueden ser manejadas por las versiones anteriores. De hecho, en algunas ocasiones "se ha visto cómo una compañía improvisaba inusuales módulos de compatibilidad para el programa antiguo, con el fin de manejar archivos de la nueva versión, por el temor de que los clientes pudieran migrar al tensar tanto la cuerda", dice Xavier Pi, profesor de ingeniería de software y périto informático. “En el momento en que la tecnología evoluciona rápidamente, los productos se hacen efímeros", dice Carles Riba Romeva, profesor de diseño industrial (UPC).

Otro modo de jubilar los productos es el diseño y la moda, la maquinaria de crear objetos que ilusionen con el ánimo de que el cliente se sienta desfasado si no compra. El diseño unido al marketing multiplica la seducción para crear un imaginario de libertad sin límites.

La moda, lo imaginario

"No podemos pensar que la obsolescencia planificada como una teoría conspirativa en la que los productores que nos engañan escondiendo información. Tenemos que mirar el plano estético y simbólico y pensar en la dinámica de la publicidad, que te hace ver algo nuevo para que lo tuyo parezca viejo. Todos somos corresponsables”, dice Federico Demaria, un investigador sobre decrecimiento de la UAB licenciado en ciencias ambientales. Demaria habla de la "colonización de lo imaginario" y cómo lo nuevo ocupa un papel estelar en la escala de valores. “Todos somos víctimas y promotores de este fenómeno. La manera en que opera la obsolescencia te hace partícipe de este proceso", añade.

Historia de un concepto

1932. Bernard London, un promotor inmobiliario, propuso reactivar la economía con una obsolescencia legal obligatorio. Lo hizo en el opúsculo titulado "Acabar con la Depresión a través de la obsolescencia planificada". Su idea era que los productos, una vez usados un tiempo, se entregarán a la Administración para eliminarlos. Una prolongación extra de su uso estaría penalizada con un impuesto.

1954. Clifford Brooks Stevens, diseñador industrial."La obsolescencia planificada es introducir en el comprador el deseo de poseer algo un poco más nuevo, un poco mejor, un poco antes de lo necesario", declaró en una conferencia sobre la publicidad en Minneapolis en 1954. Brooks no inventó el termino, sino que solo lo acuñó y lo definió.

1960. El crítico cultural Vance Packard denunció en Los productores de residuos "el sistemático intento del mundo de los negocios de convertirnos en desechos, en individuos agobiados por las deudas y permanentemente descontentos"

La vida corta de los productos comporta no sólo un derroche de recursos naturales, sino también un flujo de residuos incesante. Una economía basada en el agotamiento de materiales necesita justificarse con el reciclaje de éstos; pero las marcas rehúyen esta responsabilidad. En el mejor de los casos, una vez viejos, acaban en los puntos verdes (“deixalleries”), pero así sólo se traspasa el problema a unas instalaciones municipales que se pagan con los presupuestos locales. Existe una industria del reciclado de los residuos eléctricos y eléctrónicos, pero un volumen importante de basura electrónica de Europa se exporta a África. La finalidad teórica es reaprovechar ciertos equipos; pero en práctica, cientos de toneladas de desechos exportados acaban en basureros como los de Gana, según ha denunciado la Agencia Europea de Medio Ambiente y ha documentado Cosima Dannoritzer

"En general, cuanto más dura un producto, mejor para el medio ambiente", dice Pere Fullana, director del grupo de investigación en gestión ambiental de la Escola Superior de Comerç Internacional de la UPF. Fullana echa en falta la "antigua capacidad de reparar los productos y alargarles la vida o darles unas nuevas funciones una vez acabada la principal". Los productos duraderos nunca están de moda.

Los partidarios del decrecimiento, críticos con este hecho, reclaman como solución una reducción del consumo. "El sistema ha creado artificialmente las necesidades de consumo, y básicamente, hay tres instrumentos fundamentales para ello: la publicidad, la obsolescencia programada y el crédito", dice el economista, filósofo y político Serge Latouche (La apuesta por el decrecimiento, Icària).

"Si queremos empezar a tener en cuenta que el medio ambiente y asumimos que debemos utilizar menos materiales y menos energía, vemos que el mercado falla, porque la obsolescencia te obliga a tirar algo que servirá", dice Federico Demaria, crítico con un modelo de mercado que "malgasta los recursos de forma evidente". “Quien piense que un crecimiento infinito es compatible con un planeta finito, o bien es un tonto o bien es un economista. El drama es que, en el fondo, todos somos economistas", dice Serge Latouche, filósofo, economista y político, uno de los promotores de la teoría económica del decrecimiento.

Otro economista, François Schneider considera que la innovación está al servicio de un deseo de forzar los límites del crecimiento del consumo, lo cual genera un efecto de rebote. Schneider sostiene que las tecnologías eficaces incitan al aumento del consumo, y analiza la base psicológica de este fenómeno. Así, satisfechos por haber reducido nuestro consumo de energía con bombillas de bajo consumo, nos regalamos un extra con un viaje a las Antillas, lo que supone un gasto de energía superior a lo que ahorrado.

Como Internet desmaterializa el acceso a la red, imprimimos más papel.Y así siempre… "El efecto rebote provoca un aumento del consumo al reducirse los límites de la utilización de una tecnología", agrega.

Diversos expertos concluyen que a veces se invocan mejoras ambientales para justificar la aparición de nuevos productos, cuando en realidad no se da tal mejora ecológica real, sino el deseo de romper por otras vías los límites de crecimiento del consumo. "El efecto rebote busca aumentar las ventas y los beneficios para aumentar la demanda. Las economías de escala no son concebidas para favorecer la ecología, sino simplemente para vender más", dice Schneider que propone compartir los productos de larga vida y intensificar el reciclaje de materias con productos concebidos para este fin.

“Agotar el tubo de la pasta de dientes permite ahorrar un 14% de dentífrico y si utilizamos la pasta que recomiendan los dentistas, bajaríamos el impacto ambiental y económico a la mitad", dice Fullana, quien apuesta por la "inteligencia ecológica" al idear los productos. “Yo quiero que cuando necesite un equipo eléctrico y electrónico, pueda escoger el último diseño, que me dé el servicio que requiero con un impacto ambiental menor. No quiero un equipo obsoleto y contaminante", agrega Fullana. En su opinión, es necesario analizar los impactos de cada producto en la fase de producción y su uso teniendo en cuenta el tiempo que se use y la intensidad con que se utilice. También cree que no.

Los vehículos eléctricos con baterías de litio no emiten CO2 ni dañan el medio ambiente, siempre que la electricidad provenga de energías renovables, como la eólica, la energía solar fotovoltaica y la termosolar o solar termoeléctrica. Los aerogeneradores podrán suministrar la electricidad al vehículo eléctrico, que en un futuro servirán también para almacenar y regular la electricidad intermitente del sector eólico.

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