La mayor parte de edificios que llevan la etiqueta de sostenible no lo son

Joan Sabaté, arquitecto y director del estudio SaAS. Entrevista realizada por Albert Punsola.

Joan Sabaté creó y dirige SaAS, Sabaté associats Arquitectura i Sostenibilitat, un estudio dedicado al desarrollo de proyectos con especial énfasis en los aspectos de innovación tecnológica y sostenibilidad. Sabaté afirma que la arquitectura de nuestro país sufre un estancamiento económico y, sobre todo, conceptual. Sin embargo ve en la crisis una oportunidad para superar el clima de inquietud y de falta de ambición que, según él, dominan ahora mismo la profesión.

-Su trabajo en SaAS va más allá de la arquitectura. ¿Qué ámbitos cubren?

Siempre nos hemos dedicado a la arquitectura pero, además, hacemos investigación y asesoramiento. Son tres patas que van ligadas. Hace 4 años abrimos un área de investigación y estamos trabajando en proyectos europeos y aquí se encuentra LIMA (Low Impact Mediterranean Architecture), que recientemente ha obtenido el premio Acció 21, del Ayuntamiento de Barcelona. Se trata de dos pequeños edificios uno de 45 m2 y uno de 25 m2, con una central de producción de energía, captación solar y una bomba de calor. Estos edificios están totalmente monitorizados, con 120 puntos de control de todos los parámetros. Podemos saber cuánto gastó el edificio, por qué, cómo, en qué punto exacto, y que hay que tocar para modificar el gasto de agua y energía. LIMA analiza todos los impactos de la materia, desde la construcción hasta la deconstrucción, pasando por el uso. Además incorpora el efecto del edificio sobre el usuario, lo que se conoce como biohabitabilidad. La gente se preocupa por cómo afecta a un edificio al medio ambiente pero no tanto por cómo afecta el edificio a los que vivimos o trabajamos.

¿Cómo nos afecta?
Un espacio habitable es simplemente aquel donde puedes hacer actividad y un espacio biohabitable es el que es favorable para tu organismo y se percibe como confort. Por ejemplo, la sensación térmica depende de la temperatura de las superficies, los flujos de aire, de la temperatura del aire y de la humedad. Estos parámetros desde el punto de vista de la energía no son relevantes, pero si hablamos de confort sí lo son. Lo mismo ocurre con la luz. No hay que considerar sólo el número de lux, hay que ver también cómo se reparten, si hay deslumbramiento exterior, si la luz es de calidad. Elementos que no se perciben, como los campos electromagnéticos, las radiaciones gamma y los compuestos orgánicos volátiles, también están relacionados con el confort. La sensación de bienestar o malestar depende de estos factores.

– ¿Qué relación establece SaAS con los clientes, teniendo en cuenta que a algunos quizás no les importa mucho la sostenibilidad?
Somos muy proactivos ante el cliente. Una vez ganado el concurso, y la confianza, lo queremos convencer sobre determinados aspectos.

-¿No sería más cómodo ceñirse estrictamente al encargo inicial?
El objetivo principal del arquitecto debe ser la gente. La arquitectura es servicio y reflejo de la realidad. Y debe ser útil a las demandas de las personas. A veces hay que sugerir cosas que no te han pedido porque crees que mejoran el resultado final. Pero en este diálogo no debemos perder nunca de vista la pregunta inicial que nos ha hecho el cliente.

-Desde la creación de SaAS, en 1996, la empresa ha proyectado y construido viviendas, escuelas, cuarteles, oficinas, etc. ¿En qué proyecto o tipología de proyectos ha sido más difícil ser coherente con los principios fundacionales?
Más que con las tipologías de proyecto yo lo relacionaría con los tipos de clientes. No ha habido ningún cliente fácil. Los clientes que hemos tenido han sido más bien poco atrevidos. Por el contrario, son muy realistas, en el sentido de que tienden a pensar que la resolución del encargo debe dar una respuesta que encaje perfectamente en las estructuras de pensamiento establecidas.

-¿Cómo se puede avanzar en este medio tan rígido?
Volviendo a ser ambiciosos intelectualmente y pidiendo a los clientes que también lo sean. Algunos nos han dicho "sois como una piedra en el zapato, pero tenéis razón". Es señal de que les estamos recordando lo que no están haciendo bien y se dan cuenta. Esto quiere decir que hay gente que piensa y tiene ganas de hacer las cosas bien hechas pero la coyuntura no lo favorece.

-¿Por qué?
Hay una crisis de la profesión muy grande en este momento, debido a la crisis económica, y hay que añadir una crisis de objetivos, de metodologías de instrumentos. Todo ello provoca desazón.

-¿Y cómo se traduce este malestar en la arquitectura?
Barcelona y Catalunya han bajado la calidad de sus edificios respecto a hace unos años, aunque los costes se han incrementado. El espíritu de las cosas bien hechas del 1992 se ha perdido y hace años que nadie quiere hacer las cosas muy bien. No queremos ser los mejores, simplemente nos resignamos a hacer las cosas "como hay que hacerlas" y este "como hay que hacerlas" cada vez es más conservador, más caótico y más perverso.

-El malestar en la economía también puede acelerar el cambio cultural.
Estoy convencido. La crisis es el momento oportuno. He dado conferencias en países con menos recursos que nosotros y siempre hay alguien que te comenta "esto de la sostenibilidad es cosa de ricos, ustedes que se lo pueden permitir…" Y yo les digo que es al revés, que cuando menos dinero se tiene hay que ser más sostenibles. Precisamente porque no se puede gastar de forma desaforada.

-Pero se entiende que puedan pensar así, porque muchas veces se ha asociado la arquitectura sostenibilidad con el high tech …
Sí. Los arquitectos tenemos parte de culpa. En primer lugar, habría que decir que la mayor parte de edificios que llevan la etiqueta de sostenible no lo son.

– ¿Qué tiene de realidad y qué tiene de barniz la arquitectura que hoy se vende bajo esta etiqueta?
Es fácil de saber: si alguien dice que un edificio es sostenible lo primero que hay que preguntarse es cuántos kW gasta al cabo del año. Si no hay una respuesta clara quiere decir que no lo es, y si responde pero la cifra es muy elevada tampoco. ¿Barniz? Ciertamente hay un marketing verde, y si nos ha de servir para obtener realidades tangibles, ¡bienvenido sea! Pero ha de corresponder a la verdad. La torre Agbar dicen que es sostenible. Yo escribí un artículo sobre este edificio en una revista especializada y sólo se publicó la primera parte que iba sobre la estructura. La segunda parte cuestionaba la sostenibilidad de la torre, pero me dijeron que no hacía falta y al final no salió.

– ¿En qué consiste el valor de una edificación en términos objetivos, más allá de la fama o la moda?
Hay edificios a los que se les atribuye el papel de icono. Jean Nouvel no sé si es un arquitecto, en todo caso es un extraordinario profesional que responde a la pregunta que se le ha hecho. No se le pidió que hiciera el edificio de oficinas que gastara menos o que ofreciera más confort del mundo. Se le pidió un icono para Barcelona que tuviera un impacto global.

-Pero arquitecto sí que es …
Esto no es arquitectura, es impacto mediático. Ciertamente hay una parte mediática en la arquitectura pero en este caso se ha tomado la parte por el todo. La torre Agbar no es sólo que sea insostenible sino que es invivible. Será un objeto simpático, un icono de la ciudad, pero Copito de nieve también lo era.

-¿El cambio que necesitamos vendrá del mundo público o del privado?
Yo creo que las organizaciones tienen alma y, en este momento, ya sea en el ámbito público o privado, hay muchas que están enfermas. Sin embargo, diría que los cambios vendrán con más probabilidad de la mano del sector privado

-¿Por qué?
Es un sector mas pragmático, obedece al beneficio más que a unas normas y eso se puede aprovechar. Hay que vender un edificio mejor, más sano. Estos pequeños factores diferenciales, aunque sean difíciles de explicar, pueden ser determinantes en el futuro. Nadie quiere invertir en un edificio que dentro de cinco años será obsoleto y que requerirá nuevas inversiones.

– ¿Hasta qué punto están integrados dentro de la docencia los conocimientos de la arquitectura sostenible?
En la docencia universitaria de nuestro país no lo están. En otros países sí, por ejemplo en Harvard la sostenibilidad es el eje de la formación. Es triste decirlo: aquí y ahora la profesión, tal como se plantea desde la enseñanza, es más bien un lastre de cara al cambio. Hace unos años en Barcelona había sido una herramienta de progreso, pero se ha vuelto muy conservadora. Y es más cuestión de actitud que de conocimiento. Me refiero a estar dispuesto a aprender.

– ¿Cree que en un futuro no muy lejano hablaremos de arquitectura sin etiquetas como culminación de un proceso de normalización de lo que hoy todavía es excepcional?
Sí porque los cambios van a gran velocidad por la evolución de las normativas y por el empuje de mucha gente joven que sube, y en este camino acabarán cayendo muchas academias. Hoy la universidad está controlada por el academicismo, que es una burbuja cultural que seguirá el camino de la burbuja económica.

-La burbuja inmobiliaria no sólo ha afectado España. En Irlanda se está hablando en serio de derribar casas y edificios ante la perspectiva de que no se venderán ni a largo plazo. ¿Es una solución razonable?
Yo sería partidario de conservar todo lo que se pueda. No quiero decir que no haya que hacer un derribo excepcionalmente, pero cuando se llega a este punto, quiere decir que lo hemos hecho fatal. Puede ocurrir que durante muchos años no se construya nada nuevo. Entonces la arquitectura deberá centrarse en la rehabilitación y el mantenimiento. Debemos eliminar algunas figuras como las ARE (Áreas de reurbanización urgente). Hay que aprovechar todo lo que tenemos. Una idea en esta línea sería reconvertir grandes viviendas unifamiliares de 200 y 300 m2, hoy infrautilizadas, en viviendas plurifamiliares. El mercado lo acabará haciendo realidad.

-Y a escala urbana ¿cómo se pone en práctica esta idea?
La ciudad tiene capacidad de generar territorio dentro de sí a base de cambios de usos y de reutilizar espacios. Este es el futuro, además de intentar frenar el crecimiento demográfico y el PIB.

Los vehículos eléctricos con baterías de litio no emiten CO2 ni dañan el medio ambiente, siempre que la electricidad provenga de energías renovables, como la eólica, la energía solar fotovoltaica y la termosolar. Los aerogeneradores podrán suministrar la electricidad al vehículo eléctrico, que en un futuro servirán también para almacenar y regular la electricidad intermitente del sector eólico.

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